Una de las cosas más bellas de Nueva Zelanda es su gente, los Kiwis, los Maori y las personas de todas partes del mundo que viven aquí. Ya les he contado en otro post, que cuando llegué aquí me llamaba la atención que las personas nos sonrieran cuando se cruzaban con nosotros en la calle y nos miraran directamente a los ojos. Cuando mi nieta estaba pequeña le decía que coleccionaba sonrisas cada día al salir a la calle. Al cabo de cuatro años, sigo coleccionándolas, pero ahora esta práctica ha cosechado amigos en los diversos lugares donde vamos asiduamente.
En el automercado tenemos amigos cariñosos que quieren atendernos siempre y especialmente, que nos preguntan cómo estamos y cómo la estamos pasando. Hay una señora de Manila que es supervisora en el automercado y nos saluda en español con un beso, una muchacha de la India que se desvive por atendernos en lo que nos ve en la cola, que también nos saluda con un beso. Un joven de origen extranjero, que se contenta mucho cuando nos atiende, nos dijo una vez que nosotros siempre estábamos sonreídos y a él le gustaba mucho eso. Yo le contesté que la sonrisa era buena para el que la da y para el que la recibe. El que la da le está diciendo al otro ¨bienvenido¨ y el que la recibe se siente apreciado y sin miedo.
En otro post, les hablo de los amigos kiwis.